JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
-DE HOY, MATUTINO DOMINICANO-
No hay nada comparable a un exceso de poder, que se manifiesta cuando la clase dominante de una ciudad se empecina en realizar una obra, no obstante todos los estudios, la zona y el clima les resultaron adversos. Entonces primó el orgullo citadino, el regionalismo a ultranza y las influencias en las esferas de poder. Sin embargo, tarde o temprano, cuando se violentan las leyes de la naturaleza se paga un elevado precio por esa acción irreflexiva.
Desde que surgió la idea de construir un aeropuerto en las afueras de Santiago para servir esta ciudad y poblaciones aledañas, no obstante existir un excelente aeropuerto internacional a sólo 50 kilómetros de distancia, se alzaron las voces de los productores agropecuarios del lugar en el cual se pretendía la edificación. Se alegó en primer lugar, que en el perímetro de Licey al Medio, Tamboril, Las Cancas e Higüerito, estaban las granjas de cerdos más grandes y productivas del Cibao. Asimismo, la zona también albergaba grandes granjas de pollos y gallinas, por lo cual era casi una herejía tratar de construir un aeropuerto en un lugar en donde el despegue y el aterrizaje de las aeronaves, ponían en peligro el rendimiento de dichos animales, ya que el ruido los intranquilizaba en grado sumo.
Otro factor negativo lo constituía la bruma que constantemente se mantiene en la zona, sobre todo en la época de lluvia y cuando se aproxima el invierno. Esto, no sólo ponía en peligro a los pasajeros que aterrizaban en el aeropuerto, sino las viviendas y los moradores de las ciudades que circundan a Santiago, muchas de las cuales sobrepasan los veinte mil habitantes. La niebla que aunque no constituye un peligro perenne, puede causar accidentes debido a la escasa visibilidad, teniendo en cuenta que no todos los aparatos que aterrizan cuentan con modernos equipos de aeronavegabilidad que les permiten prácticamente aterrizar por instrumentos.
Cuando la oligarquía santiaguense se empecinó a rajatabla en construir su aeropuerto, desechando un proyecto que había presentado el doctor Marcio Mejía Ricart de una nueva autopista al aeropuerto de La Unión Gregorio Luperón, vía que en cuatro carriles tendría una longitud de 45 kilómetros, lo cual resulta una menor distancia que la que se encuentra el aeropuerto John Fiztgerald Kennedy de la ciudad de New York, para poner un ejemplo, o sólo quince kilómetros más que el de Las Américas, los razonamientos fueron desechados por un Comité Gestor que incluía como accionista la universidad más prestigiosa de Santiago y cuyo rector se constituyó en el más activo promotor y mentor del proyecto “Aeropuerto del Cibao”.
Con tantos nombres prominentes y de peso, no sólo en la sociedad de Santiago sino en todo el país, los fondos se recaudaron en un santiamén. Sin embargo, los representantes del sector agropecuario constituido por granjeros de cerdos y de pollos, los cultivadores de plátanos, yuca, batata y otros frutos menores se oponían al aeropuerto y solo contaron con los movimientos y asociaciones ecológicas. Sus alegatos nunca fueron escuchados y el aeropuerto se convirtió en una realidad. Ahora, las autoridades aeroportuarias han solicitado a la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales que notifique a las granjas para que procedan a eliminar el mal olor y la pestilencia que producen los residuos sólidos y líquidos que emanan de sus instalaciones.
A nuestro parecer, los cerdos, pollos, gallinas y sembradíos estaban primero que el aeropuerto y si alguien debe sacrificarse es el aeropuerto. O se traslada, o la administración aeroportuaria debe suministrar a los granjeros productos y facilidades que eviten que el hedor se introduzca en las instalaciones físicas de la Terminal. De seguro que hay expertos que pueden suministrar soluciones prácticas y económicas para que puedan sobrevivir ambas actividades sin que los intereses de unos puedan colidir con los intereses de los otros.
Este grave problema se suscita cuando la improvisación y la prepotencia son los elementos esenciales para la construcción de una obra, que como hemos dicho, ni era prioritaria, ni tampoco necesaria, ya que existía a corta distancia un aeropuerto más seguro y moderno que la instalación privada del aeropuerto del Cibao. Aquí primó el espíritu mercurial, el regionalismo y el poder político y económico de los promotores del proyecto. No valió los argumentos de las organizaciones ecológicas y naturistas de la ciudad, ni tampoco la protesta de los agropecuarios. Así como impusieron sus voluntades sobre los que se opusieron al aeropuerto, así hoy deben buscar la solución sin atropellar a los que impotentemente quisieron hacer valer sus derechos. Al parecer, el sector primario de nuestra economía seguirá trillando el camino del descuido y del olvido. Estamos muy cercanos a que se tome una decisión unilateral; o se quitan las granjas, o se venden o matan los cerdos y los pollos. Desgraciadamente los granjeros no tienen quién los ampare. Ojalá se anime la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD) y la Asociación Dominicana de Hacendados y Agricultores (ADHA), aunque entendemos que la mejor defensa y la de mayor peso la proporcionaría la Secretaría de Estado de Agricultura.
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