martes, febrero 13, 2007

Niña desalojada: “Yo y mi hermanita cumplimos 4 años, habrá mucha comida”

“Yo cumplo cuatro años y mi hermanita también. En mi cumpleaños habrá mucha comida”. Con alegría y ajena a la realidad en la que está viviendo, la niña Solanyi, gemela de Sorangel, cuenta que ayer cumplían cuatro años. Su madre, Mercedes Ogando, les había prometido celebrarles una fiesta en su casa junto a sus otros dos hermanitos y vecinos. Pero la casa ya no está, fue demolida el pasado lunes junto a las de otras 169 familias.

La inocencia de las gemelas les impide comprender el drama que las rodea tras el desalojo ejecutado por agentes policiales que las dejaron a la intemperie, en el barrio “Las Flores” a pocos metros de la avenida República de Colombia.

Mientras, Mercedes tiene otras preocupaciones y es que está embarazada, fue maltratada por los policías que derribaron su vivienda, no tiene a dónde ir y debe un préstamo en el banco de RD$20,000.00 pesos que había tomado para comprar el terrero del que hoy la están echando.

Pese a la situación, estas familias se han unido con un solo propósito, permanecer en el lugar, aún con sus casuchas destruidas, hasta que las autoridades dispongan una reubicación o que les autoricen levantar su techo de nuevo.

Las primeras 24 horas después del desalojo, en “Las Flores”, se refleja una situación calamitosa, con decenas de niños y niñas que desafiando el peligro corren y juegan en medio de las planchas de zinc, clavos, maderas, hojalatas y alambres de púa dejados en el lugar.

Así un grupo preparó arroz con habichuelas, otros hirvieron plátano, guineo y yuca con salami y huevos fritos y sólo se quedaron sin comer los que, ahogados por la tristeza, no podían tragar un bocado.

Aferrada a Dios, Eugenia Acosta de 61 años, a quien como una sombra la persigue el desalojo, debido a que vivió seis años en el barrio Los Girasoles y de allí también la echaron, confía en que las autoridades buscarán una salida al conflicto.

Se cuestiona una y otra vez ¿porqué? destruyeron la iglesia evangélica donde todas las noches elevaba sus plegarias al Altísimo.

Lucía Minaya es otra de las afectadas, con una ponchera plástica en la cabeza, llevando de un lado a otro todas sus pertenencias, dice que no quiere comer ni vivir que lo único que le interesa es que sus cinco hijos tengan un techo.

El candente sol, el polvo que se desprende del extenso terreno montañoso de tierra amarilla y unos policías con armas acompañan a estas familias que cada vez que se asoma un vehículo aplauden, confiados en que traen la solución al conflicto.

Lo curioso de este episodio es que no identifican a la persona que les vendió los terrenos y no tienen documentos.

Mientras Soranyi y Sorangel siguen soñando con su cumpleaños, Amauris de los Santos, un joven de pocas palabras, dejó en el aire una pregunta, ¿Es un área verde más importante que 400 personas, pobres que no tienen dónde vivir ni cómo levantar un techo?

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