Del Listín Diario, Matutino Dominicano
NUEVA DELHI/KABUL.-Si dependiera del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, el hombre más buscado del mundo sólo habría cumplido 44 años, pero todo indica que Osama Bin Laden cumplirá 50 el próximo 10 de marzo y lo hará en libertad.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Bush anunció que su gobierno quería “vivo o muerto” al jefe de la red terrorista Al Qaida y ofreció por su cabeza 25 millones de dólares. Pero ni el dinero ni los servicios secretos, unidades especiales o amenazas pudieron acabar con Osama Bin Laden, si se presta crédito a las declaraciones del “jefe militar” de los talibán, el mulá Dadullah, y a los datos de la Interpol.
“Aún no se convirtió en mártir”, afirmó el mulá durante un reportaje de la emisora británica Channel 4. “Sabemos que aún vive”. Según los expertos, todo indica que Dadullah podría tener razón, pues sus seguidores no habrían dejado de anunciar la muerte de su cabecilla y éste se habría convertido en un mártir que, a pesar de las numerosas operaciones, nunca fue capturado.
Además, Estados Unidos aprovecharía cualquier oportunidad de apresar vivo al enemigo número uno del Estado y de ponerlo ante un tribunal, como hizo con el ex dictador iraquí Saddam Hussein. También en Washington parece que creen que Bin Laden todavía vive.
“Informaciones que apuntan a que la pista se ha perdido no son correctas”, citó la cadena ABC hace pocos días a un funcionario gubernamental al que no identificó. Por eso, la CIA manda fuerzas especiales adicionales a la zona fronteriza entre Pakistán y Afganistán, donde se sospecha que está Bin Laden, indicó.
El barbudo islamista con turbante que, según los datos de la Interpol, mide 1,96 metros de estatura, ya se hallaba en búsqueda y captura antes del 11 de septiembre, pero logró evadirse una y otra vez. En una “declaración de guerra” llamó en 1998 a los musulmanes de todo el mundo a asesinar a ciudadanos estadounidense.
Fue entonces cuando Estados Unidos tomó realmente en serio al Bin Laden, a cuyo ascenso había contribuido anteriormente. El vástago de un rico empresario de la construcción saudí, probablemente el decimoséptimo hijo, perteneció a la organización de los muyahidines a la que Washington apoyó en la lucha contra la ocupación soviética de Afganistán en los años 80.
De ese grupo nació la red de Al Qaida a finales de la década. Desde entonces se responsabilizó a las células de su grupo terrorista y a sus aliados de numerosos ataques en los que también murieron miembros del grupo en diversos países.
El propio Bin Laden logró sobrevivir a un atentado en 1996 en Jartum, en Sudán, y dos años después fuerzas aéreas estadounidenses erraron un ataque contra él en Afganistán. La invasión de las tropas de la coalición lideradas por Estados Unidos consiguió derrocar el régimen talibán instaurado en ese país a finales de 2001, que rehusó extraditar a los responsables de los atentados de Nueva York y Washington.
Pero el terrorista, que se retiró a su fortaleza montañosa de Tora Bora, volvió a escapar. Desde entonces, a pesar de que se detuvo a varios dirigentes del grupo Al Qaida, sus interrogatorios no llevaron a la detención de Bin Laden.
Los detenidos mostraron así claramente su lealtad, aun en prisión, al ídolo del grupo. Siempre se especuló que el dirigente terrorista se escondía en la innacesible frontera montañosa entre Pakistán y Afganistán, pero los gobiernos de Kabul e Islamabad aseguraron siempre que Bin Laden no se encontraba dentro de su territorio, aun sin poder aportar pruebas de ello.
Tan incierto como el lugar de su escondite es también su papel en Al Qaida: los expertos occidentales sospechan que se convirtió más en una figura simbólica del terror islámico que en un organizador de atentados.
Entre tantos interrogantes, una afirmación es segura: casi cinco años y medio después de los atentados del 11-S, el fantasma de Bin Laden sigue siendo una pesadilla para la potencia mundial estadounidense.
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