ARTURO VALENZUELA
El UNIVERSAL, Mx.
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No cabe duda que las elecciones legislativas en Estados Unidos resultaron en un contundente repudio de la gestión de gobierno del presidente George W. Bush, tanto en política interna como en política internacional y de seguridad. La impopularidad de la guerra en Irak, que se ha convertido en una abierta guerra civil entre comunidades religiosas, acabó por destruir la valorización positiva que la Casa Blanca había gozado en su lucha contra el terrorismo y que permitió la reelección de un presidente que había ganado la presidencia habiendo perdido el voto popular en el año 2000.
Para sorpresa de muchos, no sólo en esferas oficiales, sino también entre líderes del Partido Demócrata, el descontento del electorado logró lo que hace semanas se veía como imposible: el triunfo del partido de oposición en el Senado además de la Cámara de Diputados, lo que convierte al presidente en un mandatario débil en los dos años que le quedan en el poder.
No sólo tendrá que lidiar con las mayorías del Partido Demócrata que buscarán cómo asentar su propia agenda, sino que también con la falta de lealtad de sus propios correligionarios políticos que pronto caerán en cuenta que les vale más distanciarse de un líder impopular que seguir apoyándolo, sobre todo si esperan seguir ocupando la Casa Blanca después del 2008.
Las encuestas de salida de urnas fueron especialmente duras con el presidente: 59% de los votantes expresó su malestar o enojo con Bush -con 37% diciendo que habían votado deliberadamente para expresar su oposición al presidente-, mientras que sólo 23% dijo que había votado principalmente para apoyar su gestión.
La gran pregunta en Washington es si el revés del partido gobernante representa un cambio más profundo de las lealtades políticas en el país más allá del rechazo a las políticas contingentes del momento. Analistas republicanos se han apresurado a señalar que 90% de los diputados en ejercicio se reeligieron por mayorías significativas y que con una ventaja de 30 escaños en la Cámara y sólo uno en el Senado no se puede decir que el poder político se haya revertido en forma significativa.
Es más, argumentan que en comparación con las pérdidas legislativas de otros presidentes en su sexto año, las de George W. Bush serían menores. A primera vista pareciera que tienen razón y que el país sigue polarizado en dos grandes fuerzas políticas equivalentes en tamaño. Mal que mal en los 30 distritos donde los demócratas derrotaron a congresistas republicanos, en 22 lo hicieron por menos de 2% del voto.
El problema con ese argumento es que ignora a qué punto el rediseño de los distritos electorales con técnicas estadísticas modernas le permitieron a las legislaturas estatales, gozando de fuertes mayorías republicanas para el año censal del 2000, configurar un mapa electoral que deliberadamente benefició al partido mayoritario. Lo que se comenta poco de la elección de la semana pasada es que los demócratas ganaron terreno en muchísimos estados y que estarían en condiciones de rediseñar los mismos distritos para el 2010 en beneficio de sus candidatos.
Lo que debería ser aún más preocupante para aquellos que dicen que la elección representó sólo un rechazo a las políticas contingentes del presidente y no un repudio a su partido y los postulados conservadores es que sectores importantes del electorado que se están configurando como el electorado del futuro claramente prefirieron al Partido Demócrata por considerarlo más cercano a sus propios postulados políticos.
Es así como un aplastante 60% de la población joven entre las edades de 18 y 29 años prefirió el partido opositor, rechazando como demasiado derechista el programa republicano en temas económicos y sociales. Dos millones más de jóvenes votaron en el 2006 que en el 2004, fenómeno insólito ya que la participación en un año electoral con la presidencia en juego tiende a ser mayor que en un año con sólo elecciones congresales o locales.
Igual de difícil para los republicanos tiene que ser el resultado del voto hispano. Encuestas de salida de las urnas mostraron que los hispanos, cuya tendencia histórica había favorecido a los demócratas, volvieron en números importantes a apoyar a candidatos de ese partido después de haberle otorgado un apoyo considerable a Bush para su reelección.
Un 75% de los hispanos dijeron haber favorecido al Partido Demócrata, un repunte considerable del 60% que apoyó a ese partido en el 2004.
Sin duda lo que mas perjudicó al Partido Republicano fue su negativa en aprobar una reforma migratoria positiva y el uso que hizo de discursos xenófobos en contra de la población emigrante en el país. Aunque los hispanos hoy representan sólo 8% del electorado, el masivo crecimiento de una población joven que alcanza a más de 47 millones de habitantes tiene el potencial de privarle a los republicanos de su muy ansiado deseo de consolidarse como el partido mayoritario del siglo XXI.
Arturo Valenzuela es director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown en Washington, D.C. En el segundo gobierno del presidente Clinton fue director jefe de la Oficina de Asuntos Interamericanos en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca
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