Agencia AIN y Rebelión
Que 60 naciones hayan decidido recientemente en París aunar esfuerzos para evitar el reclutamiento de niños en los conflictos armados, los cuales se suceden en diferentes puntos de la geografía universal, constituye un importante paso contra uno de los flagelos que desde hace mucho tiempo apunta contra la infancia.
Cerca de 300 mil infantes están involucrados en guerras en Africa, Asia o Sudamérica, convertidos en carne de cañón para los militares, que destruyen sus inocentes sueños convirtiéndolos en máquinas de matar o morir.
No obstante, lo trascendente del asunto, y vale recalcarlo, Estados Unidos ni siquiera se tomó la molestia de enviar una delegación a esta conferencia sobre el uso de menores como combatientes, y no es extraño.
Se sabe que Washington no ha suscrito siquiera la Convención de los Derechos del Niño de 1989, como tampoco se ha sumado a otras muchos acuerdos internacionales de suma trascendencia.
En la capital francesa también se debatió ampliamente sobre el uso de la fuerza de trabajo infantil, otra mácula terrible.
De hecho 218 millones de ellos, mayores de cinco años de edad, trabajan en el planeta. De esa cifra, el 70 por ciento lo hace en tareas del agro, 21 por ciento en el sector de los servicios y nueve por ciento en la industria, en pasajes que recuerdan la explotación de los pequeños en los albores del capitalismo.
En los propios EE.UU. a medio millón los emplean en cosechas de productos del agro, y buena parte de ellos son inmigrantes ilegales, de esos que la Casa Blanca estigmatiza y dice rechazar, y contra los cuales levanta muros fronterizos cargados de patrullas armadas y artilugios electrónicos.
Por otra parte, la explotación sexual de los menores se alza como otro de los grandes negocios del entorno capitalista.
Hace precisamente unos días la policía austríaca desarticuló una red internacional de pornografía infantil, que involucraba a no menos de dos mil 300 individuos, una práctica muy usual en la gigantesca industria del sexo con importantes redes dentro de la sociedad norteamericana.
Y mientras, habrá que volver a escuchar a los voceros de la Casa Blanca insistir en una pretendida "defensa de los derechos humanos" que a estas alturas nadie entiende ni puede aceptar.
Cerca de 300 mil infantes están involucrados en guerras en Africa, Asia o Sudamérica, convertidos en carne de cañón para los militares, que destruyen sus inocentes sueños convirtiéndolos en máquinas de matar o morir.
No obstante, lo trascendente del asunto, y vale recalcarlo, Estados Unidos ni siquiera se tomó la molestia de enviar una delegación a esta conferencia sobre el uso de menores como combatientes, y no es extraño.
Se sabe que Washington no ha suscrito siquiera la Convención de los Derechos del Niño de 1989, como tampoco se ha sumado a otras muchos acuerdos internacionales de suma trascendencia.
En la capital francesa también se debatió ampliamente sobre el uso de la fuerza de trabajo infantil, otra mácula terrible.
De hecho 218 millones de ellos, mayores de cinco años de edad, trabajan en el planeta. De esa cifra, el 70 por ciento lo hace en tareas del agro, 21 por ciento en el sector de los servicios y nueve por ciento en la industria, en pasajes que recuerdan la explotación de los pequeños en los albores del capitalismo.
En los propios EE.UU. a medio millón los emplean en cosechas de productos del agro, y buena parte de ellos son inmigrantes ilegales, de esos que la Casa Blanca estigmatiza y dice rechazar, y contra los cuales levanta muros fronterizos cargados de patrullas armadas y artilugios electrónicos.
Por otra parte, la explotación sexual de los menores se alza como otro de los grandes negocios del entorno capitalista.
Hace precisamente unos días la policía austríaca desarticuló una red internacional de pornografía infantil, que involucraba a no menos de dos mil 300 individuos, una práctica muy usual en la gigantesca industria del sexo con importantes redes dentro de la sociedad norteamericana.
Y mientras, habrá que volver a escuchar a los voceros de la Casa Blanca insistir en una pretendida "defensa de los derechos humanos" que a estas alturas nadie entiende ni puede aceptar.
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